domingo, abril 10, 2005

Un oso en el placard

Martín guarda un oso de peluche; un pequeño oso panda que lucha en diferenciar entre el negro, ahora gris, de su espalda y el blanco gastado de su panza y cara. Mira un poco de costado a esta altura de su vida; de pelaje lavado y vieja goma espuma en sus patitas y manos. Martín guarda un oso de peluche, pero ya no lo guarda en la repisa, sobre la cama o entre las almohadas; el oso (nunca tuvo realmente nombre, siempre fue “el oso”, en las mil versiones que su vocabulario le dejó pronunciar de niño) duerme entre medias y pijamas, dentro de una bolsa de tela hecha a medida. No puede mostrarlo por la casa, no puede contarle a sus padres que allí lo tiene; debe mirarlo a escondidas, jugar con él cuando la casa está vacía, invitarlo a ver películas cuando todos ya se fueron a acostar.
Nadie quiere a los osos de peluche en esa casa; está mal visto que alguien se relacione con un oso y Martín no puede contarles que vive con él. En ésta ciudad los osos son una presencia mala, los chicos grandes no pueden jugar con osos y los chicos no saben realmente lo que tienen en sus manos.
En los diarios se debate el juego con los osos de peluche; hay quienes los creen mala influencia para sus hijos y quienes quieren que la juventud juegue libre con uno de los juguetes mas antiguos de la historia. Jugaron con ellos los grandes emperadores, los adoraron antiguos religiosos y le escriben canciones los músicos sensibles, pero nadie puede saber que Martín todavía lo guarda, que disfruta cerrar los ojos y pasarlo por su cara; apretarlo fuertemente con ambos brazos o lanzarlo por el aire para verlo sonreír.
Martín esconde su oso de peluche, a la espera que algún día pueda mostrarlo por su casa, presentárselo a sus invitados y que sus padres sonrían al verlo sobre la cama, bajo la mesa o entre los almohadones del sillón que se forma día a día en su cabeza.